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III.- SIN EXIGIR NADA A CAMBIO.
Mi Diario. Reunión del treinta y uno de enero de 2004. Sábado.
Voy a copiar la carta del tema de la reunión de hoy antes de escribir una líneas de como fue la reunión de grupo y de su conclusión. La carta dice así:
De Carlos:
Mi muy querida y preferida Blanca:
Aún recuerdo cómo me lo contaba tu madre con lágrimas en los ojos. Fueron días muy duros para ella, pero en el fondo de mi corazón, y no sé si un poco por esa preferencia que siempre te he tenido entre tus hermanos, muy duros, muy duros, durísimos para ti, mi pobre y querida niña.
Ya había muerto tu padre y con esfuerzo y mucha generosidad tu madre os mantenía en Madrid, estudiando cada uno una carrera Universitaria. Todos en el Colegio de Huérfanos de la Armada al que podíais aspirar y tener derecho por haber sido tu padre marino, creo que Jurídico de la Armada.
Allá ibais en la famosa Estafeta, billete solo por el coste del seguro, el avión que traía la correspondencia oficial y otras cosas oficiales y que generalmente era el avión antes destinado a Franco y luego al Rey. El avión oficial del protocolo, cuando estaba libre de servicio y esas veces era un regalo. Otras, casi siempre, era un avión de carga infame, en que los asientos parecían atados al fuselaje con cuerdas por lo inseguros e incómodos. Pero así se podía ir y venir cada vacaciones y seguir estudiando en Madrid. Creo que estudiabas Químicas, ¿no? Bueno el hecho es que los años madrileños trajeron también novio madrileño, Rubén.
Y el novio madrileño, amor a tope y pasión desbordante y desbordada. No te conocía a fondo y no puedo decir si la entrega se fue haciendo apasionada y las relaciones se fueron uniendo con unas gruesas cadenas de cariño, amor, entrega y sexualidad. Suele pasar y por los acontecimientos posteriores puedo decir que pasó, sin mentir, más cuando tú misma me lo dejaste entrever en aquella charla en que me volcaste todas las angustias de tu corazón desorientado.
Rubén, que era un buenazo pero que había sido educado en una religiosidad neutra chocaba totalmente con los principios cristianos y católicos que tus padres habían vivido siempre en tu hogar y en los que habías sido educada. Teresianas, Salesianos, tus padres Cursillistas y costumbres “del momento” y “de la sociedad de la época”, con un tanto o mucho del “qué dirán” y otro tanto o mucho de puritanismo a ultranza, ni que decir tiene que en tu cabeza no podía entrar el “irse a vivir juntos”. Pero Rubén tiraba y tiraba de la cuerda para que tu voluntad cediera y te enfrentaras a tu madre. Tú creías que tus hermanos te comprenderían.
Se acababa la carrera y la decisión se estaba haciendo inaplazable. Planteárselo a tu madre fue todo un reto. Recia, fuerte, defendiendo con uñas y carne los principios vividos con tu padre, y manteniéndolos por fidelidad a él, al escucharte casi no podía creérselo. No era que no te comprendiera, es que le parecía estar viviendo una pesadilla. Una hija suya e hija de Juan Antonio, su marido, irse a vivir con su novio. ¿Pero cómo te atrevías siquiera a plantearlo? ¿Es que se había perdido la decencia, el respeto y los principios? La verdad es que Rubén exigió demasiado de ti, sobretodo poniéndote aquel descomunal ultimátum, desproporcionado, egoísta y hasta rastrero, de “o lo tomas o lo dejas”. Creo que fue un acto o una determinación no nacida desde luego del amor. Pero fue, él dice que sino no te hubieras decido nunca y que la incertidumbre y la distancia, ya no tenías que volver a Madrid a seguir estudiando, lo hubieran matado todo, y que te quería tanto que no quería perderte, y que pasar por la Vicaría era un acto de cobardía en un hombre sin fe, que no creía en el Sacramento ni en los Curas ni en la Iglesia, él tampoco se hubiera atrevido a proponerle una boda así a sus padres, y que lo mejor era consumar lo ya consumado con una vida en común y que la boda civil ya vendría, si todo iba bien, con los hijos.
Y así una mañana, tras una discusión violentísima con tu madre, “si te vas no vuelvas”, “es como si nunca hubieras sido mi hija”, “no quiero volverte a ver más”, aquella débil y dulce Blanca cogió su atillo, así lo recuerda tu madre que te vio salir sentada en el último escalón del hueco de arriba de la escalera, no había dormido en toda la noche, siempre pendiente al menor ruido, si no llevabas ni maleta, sólo un atillo en una sábana grande, en el que iban tus cuatro trajes, tus cosas personales, y cuatro trapos más, y de puntilla para no despertar a nadie, volviste la cabeza atrás para acariciar cada rincón con una mirada llorosa, tiraste con cuidado de la puerta para que no crujiera al cerrarse, y oficialmente te fuiste para no volver nunca jamás.
El amor, el amor, el apasionado amor, el entregado amor, esa fuerza imperiosa más fuerte que tú, crujiendo el corazón y el alma, era más fuerte que la sangre, que la fe y las creencias, que las costumbres, que tu familia carnal, y te hacían tomar una decisión que ni siquiera tú sabía a donde te llevaba.
Y todo sin exigirle a Rubén nada a cambio. Ni siquiera una promesa o una palabra de aliento, cariño y agradecimiento.
Tú y tu atillo, Blanca, sin exigencia alguna. En una entrega a fondo perdido y sólo llena de posible y anhelada esperanza de ser correspondida.
Y yo desde mi fe, te lo dije aquel día, ni tengo derecho ni te puedo hacer reproche alguno. Sólo respeto. Respeto a decisiones no compartidas. Ni a las tuyas ni a las de tu madre. Y sin duda ninguna aceptación a las de Rubén, pero ya casi sin respeto, porque me parecieron nacer, puede que me equivoque, de las entrañas del egoísmo o la precipitación al ni buscar otras soluciones, haciéndote sufrir cómo sufriste y forzando tu voluntad y tus principios como los forzó.
Han pasado los años. ¿Te acuerda cuando viniste a Las Palmas, años después cuando las aguas ya se habían calmado, tras la aceptación por ambos lados de la boda, primero civil, y luego tras el nacimiento de Blanca, vuestra primera hija, religiosa, aquella tarde charlando y charlando en que volcaste tu corazón pidiendo más que ayuda compresión y una palabra en que pudieras justificar ante ti misma la decisión “del atillo”?
El amor sí, mi Blanca querida, es una entrega sin exigencia alguna. No podemos pedir contraprestaciones ni siquiera correspondencia. Es generoso hasta sus mismas entrañas, pero para que sea perfecto debe ser equilibrado y proveniente también de la propia razón y de las propias convicciones. Un amor desbocado y sin límites racionales puede no ser amor sino contener ya en sí mismo un principio de egoísmo y amor a nosotros mismos por encima de a la verdad y al respeto a nuestra dignidad humana. Cuando se transgrede ésta, se está transgrediendo el amor y cuando engañosamente nos amaos a rostros mismos estamos prostituyendo sin querer nuestros amor, falseándolo y disminuyéndolo.
Todo amor exige que este fundamentado en la verdad, aunque proceda de la máxima generosidad.
Sino en vez de ser vida, se hace muerte. En vez de crecer, va matando nuestro amor.
Cuestionario:
Sólo nos planteamos dos preguntas.
1.- ¿Puede el amor estar basado en el engaño y la mentira, en el egoísmo de uno u otro o de los dos o inexorablemente el amor solo puede tener por fundamento y sostén la verdad y el bien?
2.- A pesar de todo eso ¿tenemos derecho a juzgar a nuestro prójimo subjetivamente, o criticar sus determinaciones y sus decisiones y opciones ante la vida y sus circunstancias o por el contrario nuestras opiniones y criterios solo pueden estar basados los hechos objetivos, independiente de juzgar a sus autores y actores a los que solo Dios tiene derecho a juzgar?
Fundamentar nuestra respuesta en la Palabra de Dios, Antiguo y Nuevo Testamento.
Reunión de Grupo:
Te he de confesar mi querido Diario que cuando para preparar la reunión de grupo José Carlos fue leyendo esta carta que como todos los sábados al terminar la reunión nos da, para preparar la siguiente, y que no vengamos en blanco sino con la “tarea hecha” y “hecha entre los dos”, nosotros la solemos preparar cuando nos vemos el viernes al salir del trabajo algo antes y antes de que él me lleve a casa, en un banco del Paseo o Avenida del Mar Adentro, en verano, y algunas veces en su casa de Las Palmas en su cuarto de trabajo, te digo, mi querido Diario, que cuando terminó yo tenía unos lagrimones como los del día de la Boda de Mónica, debo ser una sentimental incorregible, y creo que José Carlos tenía los ojos muy brillantes.
Tras su nueva lectura fueron llegando los comentarios de forma espontánea y salteada de pareja en pareja.
Fue un diálogo fluido y continuo, con aportaciones de todos y con una conclusión muy dura pero verdadera: Todo amor que no se fundamenta en la verdad y en el bien empieza a dejar de ser amor, para muchas veces inconscientemente llegar a ser verdadero y solapado egoísmo.
Pero también es verdad y muy verdad que no tenemos ni el mínimo derecho en juzgar a nadie por el rasero de nuestras convicciones o valores porque ciertamente erraremos.
Qué verdad son las palabras de Jesús “no juzguéis y no seréis juzgado, no condenéis y no seréis condenados” porque sólo Dios que es el que ve y sabe lo que hay en lo más íntimo de los corazones y en lo más intrincado de las intenciones, que a veces ni nosotros mismo comprendemos ni vemos plenamente, como dueño supremo de toda criatura, tiene derecho a juzgar. Pero que también como Padre Misericordioso y cariñosísimo de sus hijos los entiende mejor que ellos mismos porque sabe muy bien de qué barro los creó.
Pero no quiero dejar pasar por alto algo que dijo Mónica y que conociéndola como la conozco y sabiendo cuanto ama a Jesús y a Dios, me dejó admirada. “Yo creo que si yo hubiera sido Blanca quizás hubiera hecho lo mismo que ella. Así quiero a Francisco Javier. Pero también sé que no lo hubiera hecho porque amarle así era empezar a dejar de amarle”
Querer por encima de todo y sin exigir nada a cambio. Y renunciar al mayor amor porque amar fuera de la verdad es amar menos y con mucha más pobreza haciendo muchas veces mucho daño al ser amado, que se afianza en su egoísmo y empieza a amar en el círculo de la mentira, si no “buscamos pues íntegramente el bien del amado”.
Y es que para amar de verdad hay que amar en la Verdad de Dios.
Podría estar escribiendo toda la noche de los comentarios y cosas que fuimos diciendo. Pero algo muy fuerte, muy fuerte, que suena hasta primada, como remachó Giorgio, quedó muy claro.
CONCLUSION: el amor verdadero no puede exigir nada a cambio. Es una entrega a fondo perdido, generosa y total de la persona humana.
Lo demás son fruslerías y engaño de nosotros mismos.
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