sábado, 11 de agosto de 2007

24.-"Hasta llegar al Altar"

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Mi Diario a ocho de mayo de 2004. Sábado. Boda.
BODA DE ANA Y JOSE CARLOS.
Escrito el día nueve, Domingo.

Mi muy, muy, pero que muy querido Diario. AYER ME CASE, NOS CASAMOS. ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya! ¡Dios bendito, Dios sea loado! ¡José Carlos, te quiero, te quiero, te quiero! José Carlos te amo, te amo, te amo.
Ayer fue mi boda, nuestra boda, de José Carlos y mía y aún casi no me lo creo.
José Carlos y yo somos pareja para siempre, somos Matrimonio, somos Sacramento, somos signo sagrado del Amor de Dios a los hombres, a todos los hombres y del amor y la entrega de Cristo a su Iglesia, a mi Iglesia, a nuestra Iglesia, a la Iglesia de Dios.
A pesar de un cierto nerviosismo, dentro de mi serenidad serena, pues estaba muy tranquila, pero que muy tranquila, me enteré de toda la ceremonia. No me perdí nada de mi boda.
Aún recuerdo, viva, la mañana, un poco tensa, levantarme desayunar muy ligero, recibir el ramo de novia que me regalaba Elena, la mujer de Carlos, y que fueron a recoger mis dos hermanos, ¡qué bonito!, como yo lo quería, sencillo y solo con flores blancas, las casi dos horas de peluquería, manicura, y maquilladora, después de comer un poco, e intentar dormir otro poco, para llegar a la Iglesia, siete y media en punto, descansada.
Y luego ya el empezar a vestirme. Dios mío, toda de blanco, con el traje ajustado a la cintura, yo soy alta y delgada, el corpiño bordado, porque era del traje de mi madre y de mi abuela, pero que encajaba perfectamente, el tocado, flores como el ramo en el pelo, y el velo. Toda de blanco, toda de blanco, por dentro y por fuera, el alma y el cuerpo, virgen en el amor, para ti mi Dios en mi entrega a José Carlos.
Sentí que la pureza de mi corazón, guardado con cariño y con tesón, a veces no libre de luchas y dificultades. Era la plenitud del don que le entregaba a quien sería todo el amor de mi vida.
Luego las fotos antes de salir. En mi cuarto, el que por todos estos años había sido mi cuarto, y que esta noche dejaría de serlo, en la chimenea del salón, en la entrada, con mi padre, con mi madre, con los dos, con mis hermanos, con Antonia, que casi, casi me vio nacer, diecinueve años con nosotros, parte de nuestra familia, que sabía de mi y de mis años de niñez y pubertad más que yo misma, que había “sufrido” paso a paso todo mi noviazgo con José Carlos, y todos los exámenes de mi carrera, incluidos vasos de leche con galletitas por las noches de velas, y al subir al coche.
Ya había sonado el móvil de mi hermano. Señal de la casi llegada de José Carlos a la entrada de la Catedral. Al final no nos casamos en la capilla de la finca sino en la Catedral. Así lo ha querido el Obispo, pues mi padre es y ha sido desde siempre el abogado de la Diócesis y nos quiere casar el mismo, pues me conoce desde chiquilla.
Aún recuerdo vivo, como si fuera ahora el bajarme del coche, la cola, poner bien la cola, y cómo se me fueron los ojos hasta el pie del Altar buscando ansiosa a José Carlos, que “ya estaba allí esperándome”. Sí, es pe rán do me. A mí, su Ana.
Entrar del brazo de mi padre, primero el derecho, ahora, papá, y despacio, muy despacio, mientras suena, Meldeson, la Marcha Nupcial y cada nota se va incrustando en mis oídos y mi corazón.
Le apreté el brazo, con inmenso cariño. Su brazo, sostén de mi vida en este su último tramo. Al salir, sería del brazo de José Carlos, el nuevo apoyo de mi existencia y de mi persona.
¿Te aburro, querido Diario?. Perdona pero tengo que recogerlo todo, segundo a segundo, en tus hermosas páginas, para que quede grabado a fuego lo que sentí el día más feliz de mi vida.
José Carlos, con su elegantísima madre, me esperaba ya al pie del Altar donde íbamos a ratificar como una donación de alabanza nuestra mutua entrega y aceptación el uno del otro.
Debo irme. Mañana seguiré. José Carlos se había quedado un rato dormido y yo aproveché para escribirte. Estamos el “La Hacienda,” dónde hemos pasado la primera noche, tras la boda y el primer despertar junto, las primeras horas de la mañana de amor, caricias y entrega desbordada, que han sido una eternidad de placer y gozo, y tras comer en la terraza de la piscina, hemos subido al cuarto, voy a descansar cinco minutos, mi amor, qué hermoso está dormido sobre la cama y ya lleva una hora larga.
Esta tarde-noche cogemos el avión para Madrid y de allí al viaje de novios.
Ya te contaré, ya. Te prometo contártelo todo. Un beso. Ana.

Postdata: A José Carlos ya no se lo tengo que mandar por tus páginas. Como se está despertando voy a besarle los labios, para que se despierte con los míos apretados a los suyos.
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