sábado, 11 de agosto de 2007

34.- "Separación de Daniel y Cecilia"

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Mi Diario a trece de junio de 2004. Domingo noche.

Hoy nos tocó excursión y perdernos por los paisajes de Gran Canaria los dos solos pues mis padres ya se han ido de vacaciones y con los de José Carlos comimos el domingo pasado, nada más llegar del viaje la noche del sábado, y pasamos la tarde con ellos, entre fotos y pequeñas películas del viaje de novios, y para ver las fotos de nuestra boda y el video, que ya le había entregado a su madre el fotógrafo de la boda. A los míos los vimos en día ocho por la noche pues cogían un avión el nueve para darse “un paseo” por los fiordos noruegos con otras tres parejas, amigos de siempre.
En el hueco de nuestro recorrido José Carlos compartió conmigo los amargos momentos por los que pasa Daniel.
No la conocía en lo más mínimo, José Carlos. De parecerme siempre y haberla visto y sentido como la chica más dulce y amable, hasta conformista, sí lo que tu quieras, era la frase que no se le caía de la boca, a ser seca, huraña, mandona, tirante, opresiva, orgullosa, despreciativa, yo era y soy un cero a la izquierda, imponiéndose en todo, no aceptando ni siquiera oír otras opiniones o decisiones que las suyas, amante y avariciosa del dinero, lo suyo, suyo y lo mío también suyo, estirada, su amigos eran los auténticos y buenos, los míos un desastre, mauros, campesinos y patanes, los suyos intelectuales de última generación, progresistas, qué entenderán ellos por progresismo, cuando a veces, muchas veces es solo una palabra vacía y huera que no sustenta más que ideas pasadas, retrógradas y destructoras de la cultura que con tanto esfuerzo ha ido conquistando la humanidad, y por tanto los únicos de tratar y con los que salir para que la conversación fuera de calidad y altura, y no de trapos entre ellas y de fútbol entre nosotros como era entre mis parejas amigas.
Se volvió de sencilla en presumida, de ahorradora en despilfarradora si era para ropa cara, perfumes exóticos adornos suntuosos.
Me iba convirtiendo en el criado de la casa, pero ni siquiera en el mayordomo sino en chico de las cuadras y la limpieza.
Casi, José Carlos, me da una vergüenza inmensa decírtelo, no podía “tocarla” y sentí que era solo objeto de su placer cuando ella necesitaba placer pues eso sí era ardiente como el fuego y yo el gigoló no de turno, aunque pensé que pronto podía pasar a serlo, a quien se acudía para que calmara y llenara sus apetencias sexuales o sensuales y sus imaginaciones, fantasías y sueños erótico, que a veces rozaban lo aberrante, inhumano e irracional.
Mi hogar en vez de ser dulce y apacible, tranquilo y acogedor, se convirtió el un infierno de guerra y desprecios, y ella en vez de la chica maravillosa que tantas veces se había apretado contra mi pecho pidiendo protección y acogida, el un sargento de caballería.
Empecé a sospechar que había estado disimulando todo el noviazgo, ¡qué fuerte, cuatro años! y yo sin conocerla, para poder casarse pues para ella debía ser la boda una liberación de la casa de sus padres, donde la autoridad paterna era cuartelera y de obediencia ciega, y la materna estaba llena de “vida social vacía” llena de figurar y del qué dirán y desde luego despreocupada y totalmente alejada de los hijos.
¿Pero se puede disimular tanto, ser tan camaleónica durante tanto tiempo y no tener ni unos resquicios de debilidades en la simulación?
¡Dios mío, lo que tiene que haber sufrido Daniel, al ir descubriendo tan de sopetón el fracaso íntimo y moral de su matrimonio y la desfachatez de ella que nunca fe con él quien realmente era?
¿Se puede ser tan huera y vacía y tan sin cabeza que se llegue a un compromiso tan serio como formar pareja y para siempre por el Sacramento, sabiendo que no iba a durar ni un asalto?
¿Cómo pudo besar, amar, charlar, y comunicarse con Daniel, cuando le estaba engañando desde el primer día?
Dicen que es mala la violencia del hombre contra la mujer y quién lo puede negar cuando muchas veces cuesta hasta la vida. Es abominable y espantosa. Pero la violencia sicológica y de convivencia dominante por parte de la mujer puede ser terrible y aterradora, mucho más sutil, pero igualmente dolorosa y repugnante.
En muy poco tiempo las cosas se degradaron tanto que el pobre de Daniel, el ingenuo de Daniel, el bendito de Daniel, se fue desrumbando hasta en sus cimientos.
Y encima la separación fue dolorosa. Aunque ella no había aportado casi nada, sólo su piel la noche de boda, por decirlo sin remilgos, se quiso quedar con todo. El piso, que había Daniel terminado de pagar
Dos meses después d la boda, el coche, los regalos de boda, los electrodomésticos, vamos dejó a Daniel en cueros, pues él, tonto de él, enamorado él, pensando que aún se podían volver atrás y ella recapitular, se lo dejó todo y sin discusión.
Yo sólo daba gracias a Dios, me decía Daniel, de que no estaba embarazada. Claro era difícil que lo estuviera pues desde la misma noche de boda dejó claro que lo de los muchos hijos que él quería y de los que habían hablado y soñado tanto, ni era posible ahora, ese día le dijo para más adelante, mientras le obligaba a tomar precauciones, para las que ella ya había traído lo necesario para él, perdóname que no te lo dijera pero no quería que discutiéramos sobre esto antes de la boda, y luego le cerró todas las posibilidades a la paternidad negándose en absoluto a poder quedarse embarazada y a tener relaciones si no era con esa condición sicológica y materialmente física.
Mucho me temo o me alegro, no sé aún claramente que el Sacramento de Daniel y Cecilia haya sido totalmente nulo a los ojos de Dios y por tanto de la Iglesia, pues la exclusión de los hijos antes del compromiso sacramental como decisión para siempre y ninguno es causa de nulidad en sí misma, ya que rompe totalmente la alianza con Dios, al no aceptar la misma naturaleza de la pareja humana y del acto carnal que es la conservación de la especie y la procreación a través del acto unitivo del amor y la entrega.
Pero no era momento, me dijo José Carlos, de hablar sobre ello en ese instante. Le invité a venir por casa y hemos quedado que le llamaría para venir a cenar algún día con nosotros.
Creo que sería un puntazo para él, a pesar de la limitación de ser solo “media naranja”, venir alguna vez a reunirse con el grupo para sentirse arropado y protegido, no abandonado y solo.
Pero esto es decisión del grupo y quizás no conveniente hasta más adelante. Ya lo hablaremos.
El resto d la excursión quedó impregnado de tristeza y de presencia de Daniel ausente. Rezamos juntos por él y por Cecilia, y casi sin querer se fueron deslizando las cincuenta Ave María y los cinco Padre Nuestros por nuestra carretera de vuela a casa cuando ya anochecía y las oraciones debían subir más rápidas a cielo, pues en el silencio le debían ser más fáciles oírlas al Señor.
Gracias, Señor, porque desde que nos conocimos fuimos deseando tejer ese manto profundo y bien entretejido del diálogo, la comunicación y el alma y el corazón abiertos y transparentes.
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