sábado, 11 de agosto de 2007

42.- "¿Seré yo el hijo mayor?"

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Mi Diario a veintiséis de julio de 2004. Lunes.

Cuando terminamos la Reunión anterior comentamos que nada habíamos dialogado sobre el final de la parábola y de la presencia de ese otro gran personaje que es el hijo mayor. Cómo ya no tenemos días para más reuniones y Carlos nos dice que no nos quiere agobiar más, pues llevamos unos meses de mucho trabajo, nos propuso que cada pareja leyera, reflexionara y dialogara sobre el resto de la parábola.
Ni nos dio preguntas. Que las formuláramos nosotros conforme fuéramos leyendo. Y que ya en algún hueco las comentarías en el grupo. El interrogante personal y principal sería ¿seré yo el hijo mayor? ¿Qué tenemos de él, en qué nos parecemos a él, los que nos creemos “buenos cristianos”, buenos hijos de nuestro Padre Dios?
Si de verdad somos ese hijo bueno, ¿Cómo vemos, tratamos y recibimos al hermano, tanto al que vuelve como al que está lejos y hasta el que vive en el odio al Padre?
José Carlos yo lo dialogamos ayer domingo en nuestra excursión semanal, ahora quincenal desde que nos casamos y dedicamos los domingos a su y mi familia, al menos una vez al mes a cada una.
Pero para entender bien al hijo mayor hay que releer, nos dijo Elena, la parábola al menos desde que el hijo menor llega de vuelta a su casa, a la casa paterna.

La copio de nuevo, (Lc 15, 21-32) e intercalo lo que José Carlos y yo fuimos comentando y añadiéndole como aportación nuestra o sacada de nuestras reuniones de grupo o de nuestros estudios del Colegio de las clases de Religión. ¡Dios mío, cómo me sirven ahora esos “rollos” doctrinales de la Madre Berta que me parecían tan tostonazos!

A la actitud misericordiosa del Padre “Le explicó el hijo: Padre he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo” Veis nos había dicho Carlos. La ofensa grave a Dios, lo que los teólogos llaman pecado mortal, rompe la filiación divina, y no porque Dios la rompa, le sigue llamando hijo, es el hijo el que se pone en la situación de indignidad ante el amor y la paternidad de Dios. Claro que es mortal: mata lo más hermoso y preciado con que Dios nos ha honrado, el mayor bien del hombre, la elevación a la filiación divina, la gracia santificante, el ser templo de la Trinidad y morada del Espíritu de Dios, el tres veces santo. Y seguimos leyendo.
“Pero el Padre dijo a sus criados:”Sacad enseguida el mejor vestido y ponérselo; ponedle un anillo en su mano y sandalias en los pies.” José Carlos me comentó: Es hermoso su Padre se fija de un solo vistazo que venía vestido de harapos, andrajoso, que carecía del anillo que le distinguía con la nobleza y dignidad de los hijos de Dios, y que sus pies estaban descalzos, desnudos y llagados por las piedras del camino de la vida. Y que el arrepentimiento sincero devuelve al hombre y a su alma la vestidura blanca de la gracia y la filiación divina, vuelve a ser su hijo, su dignidad reflejada en el anillo y la santidad de los pies que calzados de la fuerza del Señor caminan por la vida amando a los hermanos y volviendo a la casa paterna.
“Traed el ternero mejor cebado y matadlo; comamos y celebremos fiesta”. El Reino de Dos es un banquete eterno, y el majar divino es la carne del Cordero. Añadí yo.
Y sin más da a los criados la misma explicación que le va más tarde a dar al hijo mayor. “Porque este hijo mío, (veis hasta en el pecado Dios le reconoce como su hijo, es el hijo el que rompe voluntariamente la filiación) estaba muerto, (la muerte del pecado) y ha vuelto a la vida. (La vida del arrepentimiento voluntario y de la gracia) estaba perdido, (en el camino de la santidad y el amor), y ha sido hallado. Los intercalados entre paréntesis nos nuestras aportaciones “a la limón.”
“Y comenzaron a celebrarlo.”(Fiesta, alegría, júbilo en el corazón del Padre que se desborda tan abundantemente que toda la Casa, la Iglesia entera, se siente feliz y en fiesta.)
Y aquí empieza la segunda parte de la parábola: El hijo mayor.
“El hijo mayor estaba en el campo, (ocupado pues en los trabajos del Padre, haciendo fructificar sus
Sus vides y sus cepas, sus cultivos y sus arboledas) y al volver, (a su merecido descanso y a darle cuentas al Padre de su trabajo y cosechas,) cuando se acercaba a la casa, (la fiesta era tan tumultuosa, tan alegre que se oía desde fuera,) “oyó su música y sus cánticos” (cómo desborda la gracia de Dios y el amor del Padre y al Padre en músicas y cánticos, cómo es de hermoso vivir en el amor de Dios que “los de fuera” creyentes o oyen nuestra alegría interior, se dan cuenta de que hay algo muy especial en nuestras vidas y atrae, convierte y salva, y hace deseable y envidiable sentirse y ser hijos de Dios.
“Y que lo seamos en efecto”)
“Y llamando a uno de los criados le preguntó qué pasaba.”(¡Qué inocentemente ingenuo puede ser el que nunca ha salido de la Casa del Padre! Se siente tan seguro que no puede imaginar que existan otras ovejas fuera del rebaño.)
“Este le dijo: Ha llegado tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado, por haberle recobrado sano” No le dice ha vuelto tu hermano sino ha llegado, pues todos los de la casa le estábamos esperando. Tu padre ha matado El ternero cebado. Todos sabían cual era el ternero cebado. El único, el mejor, el que era orgullo de el ganadero y de los gañanes. La razón es sencilla y hasta obvia. Le ha recuperado sano. Sano.
¿Y cómo reacciona el hijo bueno y fiel? “”Se enfadó y no quería entrar” Pero su padre salió y trató de convencerlo”
¿Me enfado yo, o tu José Carlos, cuando nuestro padre o nuestra madre distinguen con algo mejor a alguno de nuestros hermanos o hermanas? ¿Nos ponemos celosos cuando vemos que los miman o cuidan lo que creemos excesivo porque es por encima de lo que nosotros recibimos?
¿Nos hemos separado de Dios o pensado al menos que era un poco injusto cuando vemos con qué amor espera y recibe a los que le ofenden en cuanto muestran la mínima señal de arrepentimiento?
“El contestó a su padre: “Ya ves cuántos años hace que te sirvo sin desobedecerte ninguna orden tuya, y nunca me has nada un cabrito para festejarlo con mis amigos”
En primer lugar destaca el servicio y la obediencia. Necesarias, hermosas sin duda alguna, pero ¿llenas de amor, de generosidad, de entrega a fondo perdido, sin exigencia alguna?
“Y ahora que ha llegado “ese” hijo tuyo que disipó tu fortuna con malas mujeres, le matas el ternero cebado.”
Duro, durísimo nuestro corazón de hijo mayor. “ESE” hijo tuyo. Le llama “ese” casi con desprecio o efectivamente con desprecio. Le llama hijo tuyo, no hermano mío. Compara “el ternero cebado”, con un vulgar cabrito, casi sin valor pues era el sacrificio casi diario para la comida de los criados. Y “le” matas el ternero cebado. A él, al que disipó tu, no nuestra fortuna, con malas mujeres.
Ni un signo de alegría por la vuelta del hermano, ni un saltar de gozo por el gozo del padre al recuperar a su otro hijo. Ni un signo de que el servicio y la obediencia eran por amor al padre, esperando solo su cariño y agradecimiento, la correspondencia a su amor y entrega de hijo y no los bienes materiales.
Y una falta de confianza en el padre y en su amor y generosidad pues nunca se atrevió a pedirle el cabrito o el carnero para alegrarse con sus amigos.
“Pero el le respondió: hijo tu estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo”
¿Nunca sintió el hermano mayor los bienes paternos como bienes propios? ¿Los creyó siempre solo posesiones de su padre y no bienes comunes?
¿Nunca hemos pensado que todos los bienes celestiales, que todas las gracias y méritos de Cristo, que todo el cariño y amor de María Madre, que toda la Creación salida de las manos amorosas de nuestro Dios, son nuestros, de todos los hermanos, de todos los hermanos mayores y menores, de todos los hombres y que Dios es feliz compartiéndolos con nosotros porque somos sus hijos?
¿No nos preocuparían más los bienes de Dios para que llegaran a todos los hermanos si los sintiéramos como propios?
Pero lo que aún es peor, ¿Cómo hemos olvidado y no valorado como bien supremo por encima de todos los cabritos el que nos llame “hijo” y el que nos admita a estar siempre con EL? ¿No son quizás unas de las palabras más hermosas del Evangelio, y sin duda las más tiernas de nuestro Padre Dios “hijo, tu está, no estarás o has estado, estás siempre, no un momento ni dos, SIEMPRE conmigo” y yo por tanto contigo pues te acojo en mi regazo paterno, todo un Dios, el único Dios?
Y le vuelve a repetir el argumento supremo del amor: “Convenía festejarlo y alegrarse, - mira tu corazón que pobre y qué mísero, triste por la falta del cabrito, y sin fiesta y regocijo por la recuperación de un hermano, de TU hermano, - porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, - a entrar en MI vida de Dios, - estaba pedido y ha sido hallado”
Y añadió José Carlos: me alegraría, que hermoso es su corazón, dedicar mi vida entera, en mi trabajo, en mi matrimonio, entre mis amigos y familiares, entre los más pobres y necesitados a buscar, cuidar, amar y enseñar a que vieran cuanto los ama Dios, a todos los hijos pródigos de la Casa de nuestro Padre, mi Ana querida, de nuestro Dios.

Conclusión:
Yo José Carlos, y yo Ana, de rodillas el corazón y amante el alma, te prometemos que el gran fin de nuestra vida, y en todo momento con nuestros hijos primero, y con todos los que nos rodean después, es y será “predicar,”“anunciar,” sin coaccionar, qué hermosa es la Casa del Padre y qué misericordioso y amoroso es su corazón para con todos sus hijos sin distinción.
¡Madre de Jesús, enséñanos a hacerlo como lo hiciste tú!
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